15 January 2010

Taté

Soy ateo. No creo en dioses, santos, cielos, infiernos ni purgatorios. No creo en el más allá, porque más allá sólo está el fin del más acá. No creo en Alá, Buda, Dios, Zeus o Maradona. ¡Ni siquiera creo en Elvis!

Y sin embargo, creo en los ángeles de la guarda. Yo tengo uno. Pero no como los que nos cuentan de pequeños. No tiene un arito dorado sobre la cabeza, ni el pelo rubio, ni una túnica blanca, ni una trompeta que emite sonidos celestiales. Es muy distinto. Pero si de algo estoy seguro es de que buena parte de lo que soy, o tengo, se lo debo.


No tiene alas, sino que me da alas a mi.
No me protege de todo, sino que me lanza al vacío.
No vuela, pero jamás ha permitido que yo caiga.
No me eleva a los altares, sino que me asienta los pies en el suelo.
No hace milagros, pero consigue imposibles.
No da palmaditas de consuelo en la espalda, sino empujones hacia delante.
No adivina mis pensamientos, simplemente lo sabe.
No aparece en los malos momentos, es que nunca desaparece.
No tiene palabras tranquilizadoras, sino sacudidas de cuerpo entero.
No enjuga mis lágrimas, sino que me saca sonrisas cuando aún estoy llorando.
No me pinta nada color de rosa, me da la paleta y un lienzo en blanco.
No me escucha, sólo necesita mirarme a los ojos.


¿Qué más decirte a estas alturas de la película?

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