04 March 2011

Moverte por intuiciones. Adelantar poco a poco un pie, rozando el suelo con la punta de los dedos. Apretar los puños y los dientes. Retener la respiración a la espera de topar con algo a cada centímetro que tu pie le gana al tiempo y el espacio. Desplazar poco a poco el peso de tu cuerpo a la pierna adelantada, esperando que de un momento a otro el suelo se abra y todo se venga abajo. Cerrar fuerte los párpados mientras la tablazón cruje bajo tu peso. Soltar todo el aire de tus pulmones en una sonrisa al comprobar que todo sigue ahí, que permaneces de pie y que quizá puedas dar otro paso.

Alargar una mano hacia la nada, hacia el mar oscuro que se alza ante tí. Tratar de alcanzar no sabes muy bien qué, mientras oyes tus latidos en el eco de la habitación. Estremecerte cuando rozas algo con la punta de los dedos y retirar la mano repentinamente para luego volver a repetir el gesto.

Acostumbrarte al tacto calido y suave de ese nuevo hallazgo. Aproximarte ya con todo el cuerpo, con menos recelos, aun sabiéndote más expuesto. Aventurar otra mano hacia delante, intentar reconocer lo que ahora sólo rozas. Pasear tus dedos como por una página en Braille, lentamente, sin detenerte, leyendo cada sílaba que encuentras a tu paso, mientras formas con ellas versos desordenados en tu mente.

Acercar tu rostro al calor que ya casi forma parte de tí. Sumergirte en él mientras tus manos lo atraen hacia tí casi sin darte cuenta. Y por instinto, beber de aquello que tus manos te acercan a los labios. Emborracharte. Perder la conciencia. Volver a beber en sueños. Soñar que bebes mientras bebes soñando. Perder la noción de sueño y realidad.

Y amanecer. Y abrir tus ojos en los suyos.



Saludos.