13 June 2009

Viaje familiar

“Turbulencias sin importancia”, repite una y otra vez el piloto, intentando aparentar la calma que no trasluce el tono de su voz. Y digo yo que serán turbulencias sin importancia, como dice él, pero el pequeño lleva ya un rato mordiéndose el labio en un puchero y diciéndome al oído, para que no lo oiga el padre, que se quiere bajar, que ya no le gusta este tiovivo.

Y mientras, el padre me mira con esos ojos negros que me cautivaron la primera vez que los ví, y me susurra suavemente palabras tranquilizadoras, a la vez que aprieta mi mano con fuerza: “No pasa nada, cariño, ya falta menos para llegar”, y esa sonrisa resplandeciente que hace que toda la luz del momento se concentre entre ambos.

Y eso que el viaje comenzó muy bien: mucha ilusión, preparativos, regalos de los familiares para el camino, promesas de comprar recuerdos para todos, sí mamá, llamaré todos los días, no te preocupes, y esas cosas típicas de todos los viajes... Pero desde que embarcamos y nos dijeron que las maletas eran demasiado pesadas, tuve una intuición... “No hay problema, se las enviaremos al destino y las recogen allí”, nos dijeron, pero yo no quedé satisfecha.

Y es que no lo puedo evitar, odio los viajes. Y haber traído al niño a semejante ajetreo nunca me pareció bien; claro que tampoco teníamos con quien dejarlo en casa, además era una oportunidad de que empezara a ver mundo más allá de la plaza del pueblo (al menos eso me decía mi marido). Y no le faltaba razón, ya que nos gastábamos casi todos los ahorros de que disponíamos, ¿qué más da gastar un poco más, y llevarnos al pequeño a que disfrutara con nosotros?

Pero por mucha razón que llevara, la que ahora tenía que apaciguar el llanto desconsolado de nuestro hijo era yo. Además de que me estaba empezando a marear, con tanto vaivén y tanto balanceo. Todo eso sin mencionar el oscuro presentimiento dentro de mí que me decía que algo no iba bien… Y con estas cosas, casi siempre acierto…

Y esta vez no fue una excepción…

Despierto de nuevo en la cama del hospital. Otra vez la pesadilla. Las últimas imágenes las tengo grabadas a fuego en la memoria, y vienen una y otra vez a mis ojos, como si las estuviera viviendo ahora mismo: Una luz cegadora que se acerca; el piloto que se sube de un salto en la lancha que nos acompaña, la estela que dejan en su huida; turbulencias sin importancia que se han vuelto olas de varios metros de altura; frío, miedo, gritos; mi marido apretándonos fuerte contra su pecho... Y de pronto, el cielo estrellado y luego agua, negra como la muerte; la barcaza volcada que golpea en su caída a varios pasajeros; mi marido nadando desesperado, remolcándonos a mi y al pequeño hacia ningún sitio; más luces, y algún grito aislado. Alguien me agarra de los brazos tirando de mí; le cuesta lo suyo porque tengo abrazado a mi hijo, tan fuerte que me duelen las costillas. Me acuerdo de que hace un rato que no siento el brazo de mi marido que rodeaba mis hombros; bajo la vista hacia el agua y veo un bulto del mismo color que su ajado abrigo flotando, bamboleado por las olas como si de un fardo se tratase…

Lo siguiente que recuerdo es el primer despertar en el hospital, y los gritos que di hasta que vi a mi pequeño, rodeado de tubos, durmiendo junto a mi. Desde entonces sigo en esta dormivela, recordando una y otra vez cada escena, cada segundo de ese infierno: el viaje al paraíso, como decía mi marido...


Fin.


PD: O cómo pueden ser unas "vacaciones" en una patera, en el estrecho de Gibraltar.

4 comments:

Mardenubes said...

Me recuerda al miedo que me da viajar en avión..

little_gades said...

Buffff, miedo ¿no?
Aunque un poquito drástico...

Llevaba yo tiempo sin venir a verte.
Tenemos un gusto musical muy similar, jajaja. Qué cosas.

Un beso y sigue escribiendo, es un don. :)

n said...

Micho 1: ¿Me lo dices por alguna falta de ortografía? jajajaj, ay honoris, cuando se editó ese libro yo no había ni nacido. ajaja

¿todo bien? un besazo.

Sonia said...

Qué miedo!

Tiene usted un premio en mi blog. Cuando quiera se pasa! :P

Un beso!

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