12 March 2010

Efímero

Pensamos que somos eternos, y en cierta forma no estamos equivocados. Nos creemos omnipotentes y si no lo somos ya, estamos muy cerca de serlo. Nos consideramos omniscientes, y ya casi es absurdo pensar lo contrario.

Y luego te asomas a una simple roca que cae en vertical sobre el mar, te sientas cerca del borde mirando a los ojos al sol, y te das cuenta de lo insignificante que eres.



Admiras esa roca que se enfrenta a las mareas, que lleva desafiando al océano miles de años, y que ahora usas de atalaya. Aspiras el aroma del Atlántico, un océano que guarda celosamente la riqueza de un planeta entero, que ha vivido naufragios, guerras, muertes, nacimientos, resurrecciones, descubrimientos, tragedias, que ha visto surgir en sus entrañas miles de especies nuevas, y ha visto extinguirse entre sus brazos otras tantas... Observas apenas una milésima parte de toda su extensión y te das cuenta que eres incapaz de abarcarlo todo, ni siquiera con la mente, ni siquiera con tu imaginación, que creías que era infinita.

Sientes en tus mejillas el viento frío, húmedo, que sopla incansable durante miles de kilómetros hasta dar contigo. Que arrastra de un lado a otro el aliento de cientos de seres, que porta los suspiros de mil pechos, los gritos de mil gargantas, las risas de de mil labios...

Contemplas atónito ese baile ancestral del sol besando el horizonte, hundiéndose dulcemente en él. Te deslumbran los reflejos anaranjados en el mar, contrastando con un azul cada vez más intenso. Son segundos que parecen años.

Y allí estás tú, en tu atalaya, ocupando una mínima parte de ese escenario. Intentando no moverte, no respirar, no pestañear para no alterar nada. Aunque sabes de sobra que no podrías hacerlo. Sabes que esa maravilla se repite cada tarde desde hace miles de años, sin que tú la veas, sin que nada ni nadie la cambie lo más mínimo.

Y una mano roza suavemente la tuya. Miras a tu lado, y unos ojos te sonríen. Es ella, ¿quién si no? Y sonríes. Y abres los brazos para hacerle hueco en tu pecho. Y os acercáis, intentando compartir las miradas, el calor, el momento. Y te sientes afortunado de poder vivir algo así. Te sientes afortunado de estar en ese mínimo espacio, en ese instante en concreto. Y al vivir ese segundo de felicidad, lo dejas escapar con el viento arrastrando mil tormentas pasadas. Porque algo tan efímero vale por una eternidad. Porque una eternidad nunca es suficiente, siempre es demasiado efímera.

"- No, no estoy llorando, es este puto viento que se te mete en los ojos..."

2 comments:

little_gades said...

Ando sensible, eres malo, se me han saltado las lágrimas...

Un besazo Javi.

Anonymous said...

¿Te dije ya que me encanta cómo escribes? ¿Sí? ¿No? Pues así es.

Por el Atlántico debe haber también más de un suspiro mío.



Un beso, Mani

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