Y como única respuesta a la catástrofe, el carpe diem: vive mientras puedas, aprovecha el momento, coge las oportunidades al vuelo. No te preocupes de tus errores, de tus posibles daños colaterales, de los cadáveres que dejes por el camino. Nada tiene una importancia capital, salvo el hecho de que mientras te lamentas pierdes un tiempo precioso.
Y asusta. Agobia pensar en el tiempo que queda, pero estremece pensar en el tiempo perdido, y en el que se pierde mientras se escribe esta letanía de lamentos inútiles. Llueve sobre mojado.
Y mientras, en el desván en el que habitan tus peores miedos, se amontonan sin orden momentos, palabras, suspiros, puñetazos en la mesa, caricias, imprecaciones, besos, osadías, huidas, silencios, gritos, carreras, paseos, miradas, guiños, abrazos… Tantas cosas que la puerta ya no cierra, y por la rendija asoman los ojos rojos de la impotencia.
Saludos.
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