04 July 2012

Reverendo Padre Francesco Javini

Queridos niños...

Quiero decir...

Queridos hermanos:

estamos aquí reunidos para anunciaros una buena nueva (nunca entendí esta frase, una buena nueva ¿¿qué?? ¿Una buena nueva lavadora? ¿Una buena nueva forma de planchar camisas? ¿Una buena nueva receta para hacer gazpacho?) En fin, que estamos aquí, decía, para anunciaros algo importante, al menos para mi: mi salvación eterna y quién sabe si la de algún que otro pecador de la pradera.

Resulta que sin darme apenas cuenta, nada más llegar a Pisa me ordené sacerdote. O al menos eso pensé cuando entré en mi flamante residencia de estudiantes: Pensionatto Toniolo. Un edificio sobrio, casi militar, con largos y estrechos pasillos, altos techos con vigas vistas, grandes ventanas, y enormes hornacinas y cuadros de santos, cristos y vírgenes varias. Y cuando digo vírgenes quiero decir de las de verdad, las vírgenes cristianas, no esas que salían en el Diario de Patricia, más salidas y calientes que el pico de una plancha, diciendo que se habían quedado embarazadas por una inyección, o por una caída, o por esporas, o vete tú a saber. Todo menos decir que pillaron al primer maromo que vieron y se lo fo... Perdón, perdón... Disculpad este grosero vocabulario, aún no me he acostumbrado a mi nueva vida contemplativa, célibe, y de largas noches en vela soñando con las susodichas señoritas del diario de Patricia.

En fin, que me pierdo. Os comentaba que nada más entrar en esta santa casa, sentí la llamada. En realidad sentí dos llamadas. Una era la de la naturaleza, porque llevaba 7 horas entre aviones y aeropuertos. Pero la que me ha cambiado la vida fue la segunda llamada. Un impulso que, entre esas santas paredes, me ha hecho plantearme muchas cuestiones, y me ha conducido a esta decisión que os comento.



Esta sensación fue en aumento conforme me adentraba en los pasillos del edificio, y llegó a su clímax (clímax espiritual, guarretes) cuando crucé el umbral de mi celda (llamarlo habitación sería mucha tela), cuya diminuta puerta es la versión M de la puerta chiquitita del Imaginarium. A un lado, un jergón para el descanso del cuerpo. Al otro lado, un robusto armario junto a una estantería. Al lado una mesa de estudio y lectura, para el reposo del alma. Y justo al lado, un ventanal que se asoma impertérrito a un patio interior de dos por dos que bien podría servir para la plantación de patatas para la manutención de la comunidad religiosa que allí nos hospedamos.




Por las noches, nos visita el espíritu santo, pero en vez de en forma de paloma blanca, viene en forma de mosquito tigre hambriento. Diréis que no es lo mismo, pero el efecto es parecido: te tiene en vela toda la noche, acordándote de todas las sagradas escrituras en verso.

El baño carece de comodidades mundanas, tales como una placa ducha o un bidé. La placa ducha se ha sustituido por un mero desagüe. El bidé no se ha sustituido porque en realidad nadie lo usa para lo que es (¿¿para qué es??), y siempre te puedes apoyar en la cama para cortarte las uñas de los pies.

En fin, que esta es mi nueva vida. Sé que este es un cambio muy drástico y profundo. Por eso os lo adelanto por escrito, para que vuestra impresión sea más leve cuando vuelva por Sevilla a predicar la buena nueva (de verdad, sigo sin pillar la dichosa frasecita).

Por último, también con la intención de que os vayáis acostumbrando, os dejo una foto actualizada a mi reciente nueva situación personal y espiritual. Espero sepáis apreciarla:






Saludos pisanos... y bediciones, queridos hermanos.



PD: ríete tú de los retoques de Photoshop del Hola y el Qué me dices. Lo mío es innato, inenarrable, y sobre todo, absolutamente impresentable.

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